Los patios traseros de la mayoría de las ciudades patagónicas están contaminados con bolsas de nailon y desechos de variado tipo.
Douglas Tompkins ecologista y empresario multimillonario estadounidense, no lo dice pero lo deja traslucir: la población afincada en el sur –sobre todo ésta, porque es la que tiene en sus manos la responsabilidad de imponer un estatus ecológico a radicados y visitantes– es parte del problema y no de la solución a la crisis ambiental que se vive en la Patagonia.
Durante años la naturaleza salvaje de esta tierra mística ha sido víctima de la indiferencia y el abuso de quienes la habitan y de quienes la gobiernan. Basta pensar en los incendios de principios del siglo XX que acabaron con los bosques autóctonos con el propósito de introducir animales de pastoreo, la extinción de la fauna marina debido a la caza indiscriminada (reflejada con detalle en la biografía de José Menéndez y José Nogueira, dos de los hombres que forjaron sus fortunas en los extremos de los mapas) y la contaminación de ríos y canales como consecuencia de la salmonicultura (esto último ampliamente denunciado en artículos de National Geographic). La lista sigue y es larga y dolorosa.
La imagen resulta desalentadora en Río Negro, Santa Cruz y Chubut, a lo largo de la Ruta 3, y en pasajes de la Ruta 40, tanto como en sectores de increíble belleza de los Siete Lagos: bolsas y más bolsas, pañales, botellas de plástico o de vidrio, orín, restos fecales, cigarrillos, toneladas de basura en lagos y ríos, al interior de los campings y de las montañas…
Irónicamente los principales refugios ubicados al pie de las espléndidas montañas del sur, dentro de los mismos límites de los parques nacionales, son auténticos vertederos que le producirían arcadas a cualquier desprevenido.
En las afueras de Comodoro Rivadavia, Trelew y Puerto San Julián, en las cercanías de Las Grutas y en las paradas de colectivo abajo del hermoso cerro Otto, en Bariloche, encontramos la huella cruel de los seres humanos, de cómo dejan atrás todo lo que no les cabe en el auto.
La Patagonia es un territorio abierto a la corrupción ambiental precisamente porque sus reglas, en esta materia, son muy laxas.
Es como si desde las instituciones o desde la cultura que las forja se temiera que al establecer un estricto comportamiento a empresarios y turistas se fuera a espantar la poca gente que todavía se atreve a hacer turismo o a invertir su dinero en el fin del mundo.
En realidad, se trata de lo contrario.
Cuanto más prístino sea nuestro hogar, más atractivo se volverá para quienes desean conocerlo.
Por Claudio Andrade | www.rionegro.com.ar
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