El Océano Ártico central pertenece a la humanidad; sus desafíos son responsabilidad de todas las naciones. Esos desafíos (de accidentes con riesgo de vida, derrames de petróleo y sobrepesca) van en aumento a medido que el hielo marítimo se derrite y buques de todo tipo ganan acceso.
El Tratado Antártico de 1959 es a veces presentado como un modelo para la gobernabilidad del Ártico. Pero el Tratado Antártico fue concluido antes de que las naciones tuvieran allí intereses.
OCÉANO RODEADO DE CONTINENTES
El Ártico ya ha visto más actividad que la Antártica. El 20% del PIB de Rusia viene de sus territorios árticos, en su mayor parte como ingresos por el petróleo y el gas.
Y, a diferencia de la Antártica, el Ártico alberga a pueblos indígenas. El Ártico también está regulado ya sustancialmente mediante leyes domésticas e internacionales.
Porque mientras la Antártica es un continente rodeado de océanos, el Ártico es un océano rodeado de continentes.
Toda la Tierra pertenece incuestionablemente a una u otra nación ártica, con la insignificante excepción de la isla Hans, un islote rocoso entre Groenlandia y Canadá.
EL DERECHO MARÍTIMO
El Océano Ártico propiamente tal es gobernado por el derecho marítimo, que todas las naciones aceptan como derecho internacional establecido.
Desarrollado a lo largo de siglos de práctica diplomática, estas normas han sido codificadas en la Convención de Naciones Unidas de Derecho Marítimo, ratificada por la mayoría de las naciones, aunque no todavía por Estados Unidos.
Como en el resto del mundo, los mares territoriales de las naciones árticas se extienden por 12 millas náuticas desde la costa. Dentro de esa franja, los Estados ribereños tienen extensos poderes sobre la navegación extranjera y derechos absolutos sobre la pesa y los recursos del lecho marino como el petróleo y el gas.
Entre 12 y 200 millas, en la llamada zona económica exclusiva, los Estados ribereños no tienen poderes sobre la navegación extranjera, pero sí tienen derechos absolutos sobre la pesca, el petróleo y el gas.
Más allá de las 200 millas, los Estados ribereños pierden sus derechos pesqueros pero los conservan para los recursos del lecho marino, siempre que puedan demostrar científicamente que el lecho del océano es una “prolongación natural” de la placa continental más cercana a la costa.
Esto significa que plantar una bandera en el lecho marino en el Polo Norte, como lo hizo en 2007 el explorador y político ruso Artur Chilingarov, no tiene más consecuencias legales que plantar una bandera en la luna.
Significa también que la mayoría del petróleo y del gas, que habitualmente se encuentran en la placa continental, están ubicados dentro de la jurisdicción incuestionable de uno u otro Estado ribereño.
RESCATE EN EL MAR
Los temas cruciales en el Océano Ártico central tienen que ver con la seguridad de los barcos y la gestión de las pesquerías. Por esta razón, Estados Unidos encabezó recientemente la negociación de un tratado de búsqueda y rescate involucrando a todas las naciones árticas, incluida Rusia.
El tratado establece zonas de responsabilidad de los Estados ribereños en búsqueda y rescate, que se extienden a través de las aguas internacionales hasta el mismo Polo Norte.
Las condiciones del Ártico exigen estándares estrictos de construcción naviera, incluyendo refuerzos contra el hielo, cascos dobles, botes salvavidas cubiertos y equipos de navegación avanzados.
La Organización Marítima Internacional pasó años negociando un Código Ártico para la navegación, pero el documento fue rebajado a un conjunto de lineamientos en 2002, a insistencia de Estados Unidos.
La administración Obama debiera revertir esa decisión y encabezar una iniciativa internacional para hacer obligatorios esos lineamientos.
ORGANIZACIÓN PESQUERA
A medida que el Océano Ártico se calienta, especies piscícolas comercialmente valiosas, como el salmón Sockeye del Pacífico y el bacalao Atlántico, se están desplazando hacia el norte.
Estas especies, que existen en alta mar o se mueven entre alta mar y las zonas económicas exclusivas de los Estados ribereños, son extremadamente vulnerables a las flotas pesqueras de largo alcance de los países no árticos.
En 2008, los senadores estadounidenses por Alaska Ted Stevens y Lisa Murkowski copatrocinaron una resolución senatorial que instruía al Gobierno de Washington a negociar la creación de una organización administradora de las pesquerías internacionales del Océano Ártico.
Organizaciones similares ya existen y son efectivas en el Atlántico norte y otras partes. Establecer una organización como esa requeriría el apoyo de otras naciones árticas y la membresía debiera estar abierta también para naciones no árticas.
Estos países tendrían así acceso a las pesquerías más allá de las 200 millas náuticas desde la costa, pero sólo si se lograra un consenso con base científica respecto de las cuotas.
La resolución Stevens-Murkowski determinaba que, mientras tanto, “Estados Unidos debería apoyar iniciativas internacionales para detener la expansión de las actividades de pesca comercial en alta mar en el Océano Ártico”.
Fue aprobada unánimemente y firmada como ley por el Presidente George W. Bush. Luego, en 2009, la administración Obama impuso una moratoria sobre toda la pesca comercial en aguas federales al norte de Alaska, señalando con ello la seriedad con que considera el tema.
CARRERA CONTRA EL TIEMPO
Hasta ahora, todo bien. Pero, una vez más, suele ser más fácil llegar a acuerdos internacionales antes de que se atrincheren los intereses de las naciones. Por esta razón, la rapidez es esencial.
La alta mar al norte del estrecho de Bering ya se encuentra libre de hielos a fines del verano, y más cercana a Corea del Sur, Japón y China que muchos de los lugares donde sus buques pesqueros de largo alcance operan actualmente.
El Ártico no es la zona del Salvaje Oeste de la imaginación popular, pero tampoco es una región donde haya completa cooperación internacional. Mientras se derrite el hielo, se necesitan nuevas normas para la navegación y la pesca… y rápido.
POR | Michael Byers | Profesor de política global y derecho internacional en la Universidad de British Columbia y autor de “Who Owns the Arctic?” (“¿De quién es el Ártico”).
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