Ya se cumplieron tres años desde que los equipos de la petrolera británica BP lograron, por fin, empujar el crudo que la plataforma petrolífera Deepwater Horizon había vertido el 20 de abril de 2010, cuando explotó y se hundió en las aguas del Golfo de México.
Para conseguirlo tuvieron que utilizar una innovadora técnica que sellaba en el fondo marino el depósito con una masiva inyección de cemento y lodo pesado.
Este tapón especial frenó un vertido de casi cinco millones de barriles de petróleo que tiñó de negro una de las costas más turísticas del Golfo de México. Pero fue sólo el comienzo de la historia del peor desastre ecológico jamás registrado en la región, pese a los muchos litigios y esfuerzos de limpieza, sigue escribiéndose todavía.
Hoy, ya muchas personas vuelven a comer marisco del Golfo y se bañan en unas playas donde los restos de alquitrán parecen indetectables. Pero los científicos encuentran señales que el vertido sigue haciendo mella en la zona.
Varios informes han señalado a unas minúsculas bacterias submarinas que ingirieron gran parte de las partículas de crudo que quedaron flotando en el océano, y algunos especialistas aseguran que fue a través de ellas como el crudo entró en la cadena alimenticia, contaminando especie tras especie. Otros apuntan al deterioro en los bancos de coral por los dispersantes químicos empleados después del desastre.
El otro gran capítulo pendiente del vertido es la batalla por el ecosistema de la zona, que, según todas las predicciones científicas, seguirá librándose durante décadas. La razón está en la profundidad a la que se produjo el derrame, 1.500 metros, que provocó que gran parte del crudo se confundiera con la arena del fondo marino. Mientras, otra porción se disolvía a honduras tales que hacían complicado, si no imposible, medir su impacto futuro.
El petróleo restante bañó alrededor de 4.800 kilómetros de costa y marismas y tuvo como efecto inmediato la pérdida de miles de toneladas de gambas y ostras que solían sostener la economía de la costa.
En junio de 2013, BP concluyó oficialmente sus operaciones de limpieza de la costa, en las que ha gastado 14.000 millones de dólares a lo largo de tres años.
Según un estudio publicado en abril por la Fundación Nacional de la Vida Salvaje (NWF, en inglés), más de 650 delfines han aparecido muertos en la zona del vertido.
Pese a los daños, científicos como David Muth optan por tomarse el vertido como una oportunidad. “Aunque es una tragedia, el vertido también significa que va a haber dinero, y queremos asegurarnos de que se gaste para lograr los mejores resultados, para restaurar de la mejor manera posible el sistema”, dijo Moth, que dirige el programa de restauración de la Fundación Nacional de la Vida Salvaje (NWF en inglés) en el delta del Misisipi, al diario local Times-Picayune.
Vía | El Tiempo (Venezuela)
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