En los países en vías de desarrollo muchas personas están saliendo de la pobreza, lo que genera que gran cantidad de ellas también esté saliendo de los barrios marginales. El problema es que las viviendas sociales que se construyen en terrenos alejados de la ciudad generan todos los problemas de la expansión suburbana.
Los arquitectos argentinos del estudio Adamo Faiden crearon un concepto que le da un giro interesante al tema: ¿qué pasaría si en lugar de construir nuevas viviendas en suelo virgen, añadiéramos casas prefabricadas sobre viviendas existentes?
Antes de preguntarse por qué razón alguien querría vender su azotea a otra familia, es bueno tener en cuenta que a dichos arquitectos se les ocurrió la idea al considerar el mutualismo biológico: proceso en el cual dos especies se benefician mutuamente a partir de una relación simbiótica.
En este sentido, exponen algunas situaciones en las que creen que esto podría funcionar: un pequeño empresario que ha tenido el mismo empleado por años y podría beneficiarse de que éste viviera más cerca del trabajo y pudiera cuidar la tienda cuando esté cerrada; una joven familia a la que le sería útil tener una madre soltera viviendo en la plata alta y ayudando con el cuidado de los hijos; una pareja mayor que podría favorecerse de la vitalidad de una nueva familia cuando sus propios hijos han dejado el hogar.
Además de disminuir el impacto que genera la construcción de viviendas sociales en los nuevos entornos y mejorar las economías de los barrios a partir de la densificación, el sumarle nuevas casas a las ya existentes evitaría el “efecto ghetto” que suelen producir los complejos de viviendas.
Prefabricadas con una estructura de vigas de acero, las casas MuReRe son sumamente livianas, fáciles de instalar y súper adaptables. Una vez instaladas, se convierten en nueva infraestructura para la casa de abajo permitiendo, por ejemplo, la recolección del agua de lluvia y la instalación de paneles solares sobre sus techos en pendiente.
Los arquitectos aceptan que su proyecto no es un modelo de ciudad alternativo, sino más bien una solución intermedia: la densidad que podría lograrse con estas casas no sería suficiente para alcanzar los parámetros óptimos de una ciudad sostenible, pero éstas podrían introducir mejoras en períodos de tiempo muy cortos.
Imágenes | Adamo-Faiden
Por: Paula Alvarado | Tree Hugger
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Se confunde el reflejo de las desigualdades sociales en los niveles de vida urbana o en los estándares habitacionales, con la relación, más compleja, que existe entre desigualdades sociales y segregación residencial. Comparar las ciudades chilenas con las suecas puede servir de ilustración. En Suecia las desigualdades sociales son mucho menores que en Chile, lo que se refleja en diferencias de estándar habitacional entre grupos sociales significativamente inferiores a las existentes en Chile. La distancia entre las casas relativamente sobrias de las familias de las elites suecas y los departamentos en que viven los inmigrantes de los barrios de “nueva pobreza” es substantivamente menor que la que existe entre las viviendas de las familias ricas del sector Oriente y las de los habitantes de las “poblaciones” de Santiago. Sin embargo, en las ciudades suecas se observa una clara conformación de barrios según niveles de ingreso y grupos étnicos ( Andersson y Molina, 2000 ). La segregación espacial es un hecho innegable.